domingo, 30 de mayo de 2010

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En México, en pleno siglo XXI, mientras unos cuantos acaparan la mayor parte de la riqueza del país, millones de mexicanos viven en condiciones de pobreza extrema, es decir, miseria. Sin embargo, se usa tanto esta palabra en discursos políticos, que se ha perdido totalmente su significado, de tal forma que, para tener claro el concepto, en su verdadera magnitud no basta con leerlo o verlo, sino sufrirlo, padecerlo.
La miseria existe en las ciudades perdidas, en las comunidades rurales y en todo lugar donde haya campesinos, obreros e indígenas. Y se traduce en hambre, sufrimiento, injusticia, deformación física por desnutrición y muerte.
Esta desigualdad extrema no es propia de un gobierno o partido o una época, ha existido desde la conquista de México. Y lo peor de todo es la aberrante aceptación, certificación, validación de la injusticia y desigualdad por parte de los indivíduos que conforman la sociedad. Cada uno acepta su rol de victimario y víctima, de amo y esclavo, de pudiente e indigente. Y además se acepta que existe democracia porque lo dicen los libros "y lo que está escrito a máquina no puede ser mentira". ¿Acaso es éste el contexto de la antesala de "un mundo feliz"?

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